jueves, 25 de febrero de 2016

Pablo Buttaro nos trae ésta reflexión.

El lunes 15 de febrero el presidente Mauricio Macri, sin previo aviso, recorrió por la mañana, junto al Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, y el
Ministro de Justicia de la Nación, Germán Garavano, las instalaciones del Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos, en el predio que ocupara la ESMA.
En ese lugar participó, además, de la reunión de gabinete del Ministerio de Justicia.
Increíblemente, esa visita fue duramente reprochada por dirigentes kirchneristas y de izquierda.
 
Así, entre otros, Gabriela Cerruti habló de "marketing" y sostuvo que no podía estar allí Macri "por sus vinculaciones con la dictadura".
Myriam Bregman, del Frente de Izquierda de los Trabajadores, dijo que Macri quiere convertir a la ESMA en un monumento a la reconciliación y "volver a imponer
la nefasta teoría de los dos demonios".
Cynthia García, la desopilante panelista de 678, lo acusó de haber ido y no pedir perdón ni generar un hecho político.
Estela de Carlotto, por su parte, dijo que la visita hirió su sensibilidad, como si ella fuera la dueña del predio donde funcionaba la ESMA.
 
Todo esto se entronca en una premisa sobre la que será necesario volver muchas veces: que para estos activistas y militantes, el gobierno de Macri es ilegítimo,
pese a haber sido elegido limpiamente por la mayoría de los argentinos.
 
Esa supuesta ilegitimidad se funda en varias falacias que se machacan incansablemente. Una de ellas es que Macri fue parte de la última dictadura militar.
Que esa afirmación sea tan ridícula como que ignora la edad de Macri, que en 1976 era un adolescente, no parece detener a los calumniadores.
 
Macri no integró el denominado Proceso de Reorganización Nacional.
Tampoco lo apoyó ni habló después bien de él, como sí lo hizo el candidato presidencial del Frente para la Victoria.
No solo eso: jamás en su actuación pública hizo nada en contra de los derechos humanos, y sí propició como Jefe de Gobierno porteño muchas acciones en favor
de esa causa, que no está escriturada por nadie, sino que corresponde a todos los argentinos.
 
En todo caso, es curioso que algunos den lecciones de derechos humanos y pretendan determinar quiénes pueden hablar y quiénes no de esa cuestión cuando sus
orígenes políticos se dieron en agrupaciones totalitarias o subversivas que tomaban a los derechos humanos como un pasatiempo burgués y que exaltaban regímenes
que torturaban y mataban adversarios políticos sin los menores escrúpulos por el debido proceso y otros principios constitucionales.
 
La enorme mayoría de los argentinos lo sabe, pero conviene no dejar pasar estas mentiras porque, como lo sabía el siniestro Goebbels, de tanto repetirse una mentira,
algo queda.
 
JUGANDO AL ESCRACHE
 
Desprovistos de cargos, de funciones y de ocupaciones útiles en que entretener sus ocios, muchos dirigentes kirchneristas organizan los fines de semana actos en
diferentes plazas. Allí, matizados por algún grupo musical o cantante que recibió durante años jugosas prebendas del Estado, se imaginan bajando de la Sierra Maestra,
como Fidel Castro en 1959. Es su revolución simbólica.
 
En medio de cantos, claman por trabajo, alegría y libertad contra la "dictadura de Macri".
Son incapaces de indicar un solo elemento que permita asimilar al actual gobierno nacional, plenamente democrático y pluralista, como una dictadura, pero ellos repiten
igual la consigna, con total indiferencia por su correspondencia con la verdad.       Son, en eso, kirchneristas ortodoxos.
 
También organizan juegos para los niños. Por ejemplo, los incitan a escupir o tirar objetos contra imágenes de políticos o periodistas a los que consideran enemigos de
la patria. Como antes jugábamos a las escondidas, a la pelota o la mancha, los niños kirchneristas juegan ahora al escrache.
 
El espectáculo es tan grotesco que no merecería mayores comentarios, pero no puede subestimarse la capacidad de daño en los niños y en la sociedad toda de estas
manifestaciones fascistas, que causarían estupor en cualquier democracia madura.
No está de más recordar que los escraches fueron utilizados por el régimen nazi para identificar judíos y someterlos al escarnio público, como antesala de su exterminio.
Es un recurso violento aun cuando no vaya acompañado por la violencia física.
Jamás imaginamos en 1983, cuando Raúl Alfonsín inauguró la naciente democracia, que el retroceso en nuestra cultura cívica habría de ser alguna vez tan profundo.
 
¿Qué hacer? Señalar estos extravíos, no consentirlos con nuestro silencio, educar sobre todo con el ejemplo en las virtudes republicanas, en la tolerancia, en el respeto
de la ley. Y evitar por todos los medios caer en la tentación - tan humana, pero nefasta - de combatirlos en su mismo terreno.
 
Viernes 19 de Febrero de 2016
Dr. Jorge R. Enríquez


Gracias Pablo por tu colaboración. Un gran abrazo

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