miércoles, 16 de enero de 2013

Qué maniobras!






Puede ser fin de 1958 o quizás de 1959. Vaya uno a recordar exactamente.
Lo que hoy, casi con seguridad debe ser una zona poblada, por aquellos años era campo, algún pequeño bañado, pastizal. Lugar muy próximo a Guadalupe. Un poco más allá de donde hacíamos campamento en las maniobras, próximo al Regimiento 3 de Artillería Antiaérea ¿se acuerdan?.
Por aquellos lugares ese día domingo se me ocurrió tomar mi rifle de aire comprimido e ir de “cacería”.
Tené cuidado, no tardés, etc. – las recomendaciones habituales fueron repetidas una vez más, - si mamá, vuelvo en un ratito. Y allí partí, más que nada para saciar mi sed de pequeño aventurero. Desde mi casa debían ser muchas cuadras, no sé bien, quizás treinta, cuarenta, las suficientes para que por mi imaginación pareciera una excursión a zonas inexploradas.
Llegado a lo que llamábamos los pibes del barrio “El monte zapatero”, se clavó en mi pié izquierdo próximo al tobillo por la cara interna una espina de considerable tamaño, que me provocó intenso dolor. Así que ahí nomás emprendí el camino de regreso a mi casa.
Mi pié se presentaba muy hinchado, mis padres me llevaron al médico, que estaba en la esquina de mi casa, me curó y me encomendó: -Panchito, me supongo que tenés que volver al Liceo, se puede hinchar un poco más, así que te diría que te vayas enseguida y concurras a la enfermería. Era el Doctor Conde, médico militar ¿se acuerdan de él? – bella persona.
Así fue que mi domingo tuvo un final inesperado y de regreso rápido al Liceo. Allí fui a la enfermería. Serían poco más de las seis de la tarde, aún no había nadie. Me observaron, vieron que tenía una curación hecha y me dejaron internado. Aún faltaba la peor parte que era la reprimenda de mi hermano mayor, el Subteniente, el Negro, que no se había enterado de lo sucedido porque el domingo era para su novia.
A eso de las nueve de la noche se apersonó en la enfermería mi hermano.-Pero vos sí que sos un pel……-Qué tenés que andar haciendo un domingo en el monte zapatero, sabiendo que a la noche tenés que volver al Liceo?!
Te das cuenta que vas a perder clases y quizás hasta las maniobras, que son en ésta semana?! – Dios te escuche! -  pensaba para mis adentros.
-Te quiero aclarar, mocoso de tal por cual que no te hagás ilusiones que podés safar de las maniobras, porque yo me voy a encargar que aunque sea saltando en una pata vayas de maniobras- Sonamos, me dije para mí. Si el Negro lo dice, lo hace. Porque era buenito con todos, pero a mí me tenía cortito.
Y así fue. Creo que al otro día o a los dos días salimos de maniobras. Me resultaba un infierno colocarme los borcegos. ¿Quién podía estar controlando si iba? – Si, acertaron: Mi hermano. – Mariquita, dejate de renguear que acá no te ve la vieja- me espetó.-Siempre en silencio, pero para mis adentros me decía-Ya vas a ver cuando pasen las maniobras con mamá…Ahí te quiero ver! –Arrugás lindo, Héctor José, ja,ja. Quien ríe último….
A mitad de camino no podía más. Ahí vino, creo que Faustino Svencionis, que se desplazaba a caballo. Se apeó y me hizo subir a mí. Nunca había subido a un animal de esos. Así que al dolor de pié debí sumar el de asentaderas, pero llegamos.
Armar el vivac, etc. No me salvé de nada. Pero a decir verdad ya podía caminar bien, mi pié no era el del domingo.
Llegó la noche, luego de la frugal cena, un corneta tocó silencio, pero en las carpas el cuchicheo seguía. Mi carpa estaba al lado del camino asfaltado. Se acerca un amigo mío de la octava promoción,¿se acuerdan de Fiorenza?, me tienta: - Negro, mirá hay varios que se rajan. Entre la hilera de carpas y el asfalto a tan solo unos pocos metros había una cuneta profunda por la cual era fácil escabullirse sin ser vistos.- No querés que vayamos a tu casa? Nos traemos algo para morfar… y yo que tengo el quiero fácil, me acordé de las tortas que solía hacer mi mamá, y allá fuimos, cruzamos todo guadalupe vestidos de fajina y llegamos a mi casa para sorpresa de mis padres que no sabían si alegrarse de ver mi pié bien o pegarme un reto. Esto último no podían mucho por la presencia de mi amigo, pero mi papá no se quedó con las ganas y nos hizo saber a ambos de lo grave que era la chiquilinada que estábamos haciendo.
Cenamos en mi casa y mi mamá nos envolvió una torta para que lleváramos….
Nuevamente la aventura de llegar sin ser vistos.
Mi sorpresa fue al otro día que lo veo llegar a mi hermano al vivac. Me llamó aparte y me dijo todo lo imaginable, pero lo peor de todo para él era que había llevado la torta que mi mamá había hecho para él!!!