jueves, 24 de septiembre de 2015

31 años de democracia?

23SEP/150

Por Ramón Frediani.
Ha sido apresurado festejar, en diciembre del año pasado, 31 años de democracia en Argentina. En realidad, lo que hasta ahora hemos tenido han sido casi 32 años de gobiernos civiles, que no es lo mismo, ya que un gobierno civil no necesariamente garantiza que tengamos democracia.
Se dirá que los gobiernos civiles, a diferencia de los militares, tienen la legitimidad de provenir del voto de los ciudadanos y no de un golpe de Estado. Pero si los procesos electorales argentinos tuvieron y siguen teniendo mañas, avivadas, trampas, viveza criolla, chicanas en el cuarto oscuro, digitación en los cómputos finales, incluso hacer votar a los muertos y extranjeros recién llegados de países vecinos, y además los candidatos son elegidos a dedo por el sultán político de turno de cada partido, hecho que se repite año tras año, y listas sábanas para legisladores y concejales integradas mayoritariamente por individuos elegidos a las apuradas, de dudosos antecedentes, con mínima cultura cívica y sin preparación para administrar el Estado, plataformas electorales inexistentes, sin propuestas claras de buena administración del Estado, y negación a debatir públicamente entre sí, ¿no podríamos afirmar que los gobiernos civiles provienen de “golpes de urna”, y por ende su legitimidad de origen también es tan dudosa, como la de los gobiernos militares?
Aunque duela, hay que reconocer que hasta ahora el sistema político argentino ha servido para reemplazar dictaduras militares por dictaduras civiles, pues aunque nuestros gobernantes usen saco y corbata en vez de uniformes con charreteras, mantienen la cultura y el ADN de los gobiernos castrenses del pasado: autoritarismo, prepotencia, soberbia, personalismo, verticalismo, intolerancia, considerar enemigo al que no comparte su ideología, violación a la Constitución Nacional, aunque reciten de memoria su preámbulo y juren al asumir sus cargos “cumplir y hacer cumplir la Constitución Nacional”.
Y también se asemejan ambos regímenes en practicar el populismo, la demagogia y el culto a un nacionalismo de barricada, pues los gobiernos militares fueron nacionalistas y populistas, y los gobiernos civiles, radicales o peronistas, también lo son. Asimismo, los altos funcionarios de ambos regímenes se asemejan al insistir en imponer a presión su ideología y además hacer lo imposible para perpetuarse en el poder, con lo cual, en ambos casos, sus líderes resultan ser más monárquicos que republicanos.
Los gobiernos militares clausuraban y prohibían a los partidos políticos. Ahora, no se clausuran ni prohíben, pero el actual gobierno civil-matrimonial, luego de 12 años en el poder, no ha movido un dedo para reconstruir el desmantelado sistema de partidos políticos heredado, para transformarlo en un sólido sistema de instituciones auxiliares de la democracia en la selección y formación de cuadros de dirigentes para ingresar al servicio civil, capaces en administrar al Estado con eficiencia y honestidad. Los partidos políticos que hoy tenemos son instituciones náufragas, descoloridos sellos y membretes, saldos y retazos ideológicos que han involucionado hacia un estadio primitivo de uniones, alianzas, frentes y movimientos de extrema fragilidad, con una extensión de vida similar a la de una libélula, prendidos con alfileres, sin democracia en su interior, gestados a las apuradas, vacíos de institucionalidad y sin sustentabilidad en el largo plazo, lejos de constituir un sistema consolidado y maduro de partidos políticos, como exige toda democracia seria.
Tanto los gobiernos militares como los civiles tuvieron hechos de corrupción. Los gobiernos militares se negaban a dar conferencias de prensa. El actual gobierno civil hace lo mismo. Los gobiernos militares demostraron torpeza, improvisación, mala praxis e incompetencia en la Administración del Estado.
Los gobiernos civiles también. Los gobiernos militares no modernizaron al Estado por dentro. Los gobiernos civiles tampoco, a pesar de que tanto los unos como los otros alardearon sucesivamente ya sea en achicar o agrandar al Estado, según la ideología de moda en el momento, como si todo fuera una simple cuestión de tamaño.
En ambos casos y al margen del gigantismo o disminución logrados, el resultado fue su desgüace por dentro. Hoy, el Estado es un gigante torpe y descerebrado, sin rumbo definido, un Frankestein, con 4 millones de empleados en sus 3 jurisdicciones (nación, provincias y municipios), que nos cuesta $ 1,5 billones de pesos por año, incapaz de ordenar el desorden generalizado.
Ante la comunidad internacional, unos y otros regímenes fueron díscolos, rebeldes sin causa e insistiendo siempre en nadar contra la corriente. Ambos desacreditaron a la Argentina ante la comunidad de naciones. En la última dictadura militar, insistiendo en gobernar de facto cuando el mundo entero iba hacia la democracia. Ahora, insistiendo en un exagerado estatismo ineficiente, corrupto e inepto que ya ni la China comunista lo practica.
Como un desesperado manotazo de ahogado, la última dictadura militar inventó una guerra innecesaria por Malvinas, para distraer la opinión pública y así ocultar el fracaso de los 6 años que llevaba de gobierno. Ahora, se inventa una guerra contra los fondos buitres con igual propósito: distraer la opinión pública para ocultar otras cuestiones más importantes: la corrupción sin límites, la inflación galopante, la inseguridad generalizada y la crisis económica, fruto de los casi 8 años que Cristina es Presidente. En ambos casos, el perdedor fue y es el ciudadano común, la Nación y la sociedad toda.
Los sucesivos gobiernos militares, subestimaron al Congreso de la Nación. ¿No hace lo mismo el kirchnerismo desde que asumió en mayo del 2003? Durante los gobiernos militares hubo déficit fiscal, emisión monetaria, inflación y desempleo. Ahora hay lo mismo. También los militares cambiaron 2 veces la moneda: la dictadura de J.C. Onganía reemplazó en 1970 el peso moneda nacional por el peso Ley 18188, y en 1983 la última dictadura reemplazó a éste por el peso argentino.
Lo mismo hicieron los gobiernos civiles. Alfonsín cambió el peso argentino por el austral en 1985, y luego en 1992 Carlos Menem lo reemplazó por el actual peso. Gobiernos militares y civiles gozaron en encorsetar al dólar. El gobierno militar de Onganía lo hizo con el plan de Krieger Vasena desde 1967 a 1970 y el de Videla inventó la tablita cambiaria durante 3 años entre 1978 y 1981. Este gobierno civil inventó el cepo cambiario que ya lleva 45 meses de vigencia y el gobierno civil de los años ´90 lo encorsetó durante los 10 años de la convertibilidad. Estos 4 experimentos cambiarios para frizar el tipo de cambio tuvieron el mismo resultado: mataron a la gallina de los huevos de oro, las exportaciones. En un mundo globalizado, el que no exporta muere.
En la última dictadura militar, regía la obediencia debida a la dupla Videla-Masera. En estos 12 años de gobierno K, existe una rígida la obediencia debida al matrimonio Kirchner, por parte de los funcionarios y sus seguidores. En la dictadura militar, se usaban “los servicios”, para perseguir y delatar a los que se oponían al gobierno. Hoy, ¿ no pasa lo mismo con la SIDE kirchnerista que vigila a opositores y periodistas críticos al gobierno?
Los gobiernos militares alcanzaron desprestigio internacional por los errores y horrores que cometieron. Hoy tenemos desprestigio internacional por los errores y horrores del gobierno civil de turno. Hemos pasado de la violación de los derechos humanos, a la violación de los derechos de los ciudadanos. Se dirá que ahora el Estado no secuestra, no mata ni tortura como en aquellos años. Pero a cambio de ello - que no deja de ser un avance notable - ¿debemos pagar el precio de tener que soportar, sí o sí, las mismas calamidades política, económicas y éticas que ya sufríamos 35 años atrás?.
Hoy, ser revolucionario no significa ser de izquierda, progresista, rebelde, crítico del capitalismo o enemigo del sistema, ya que la cuestión no se enmarca en los moldes de las ideologías tradicionales, sino que el verdadero revolucionario es el que exige que el Estado, principal institución de la sociedad, sea administrado con honestidad, eficiencia y profesionalismo.
Es de esperar que, con el tiempo, Argentina tenga gobiernos no sólo civiles sino además, democráticos. Recién entonces será una nación civilizada, con equidad y desarrollo, pues hasta ahora sólo hemos tenido 31 años de gobiernos civiles, con resultados no muy diferentes a aquellas administraciones que no lo fueron.
Fuente: gentileza del autor

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