miércoles, 17 de julio de 2013

Lealtad entre Camaradas




Es un término difícil de definir. Posee un sesgo castrense, aunque también se ha empleado en política, a partir del siglo XIX.

En las FFAA argentinas, desde el 7 de julio de 1922, se celebra la tradicional Cena. A pocos días del anual acontecimiento, una opinión personal:

“El Teniente Insúa se acercó al fogón que presidía su Encargado. Un puñado de Granaderos hacía circular una petaca con ginebra y un cigarro mal armado, de extremo deshecho y baboseado.

– ¿Cómo va todo, Sargento? – preguntó como saludo, ya que conocía al detalle lo que ocurría con su gente.

– Tirando… – respondió Roldán echando humo por su nariz.

– Estamos lejos… – exploró Insúa.

– Muy lejos, mi Teniente. Muy lejos…



Y siguieron todos, Teniente, Sargento y Granaderos compartiendo ese calor del fogón reparador, de la ginebra estimulante y de la franca y llana camaradería entre los hombres. Una combinación como pocas, si las hay, en la vida de un soldado. Porque no tiene que ver con la amistad. Ésta puede ser su base, pero no es excluyente. El camarada es un nivel distinto. Hasta puede no haber amistad entre camaradas. Ser camaradas es haber compartido momentos muy especiales y sobrevivir para contarlo. Nace fundamentalmente en los combates, pudiendo alguien hacerse camarada del otro en pocos minutos, enfrentando juntos una carga o integrándola; recibiendo una barrera de artillería o siendo sorprendidos en una emboscada; racionando el agua siempre escasa o compartiendo magras porciones de comida o cartuchos o la tibieza de un poncho enmugrecido. Hay camaradas a los que uno deja de ver por años, pero cuando le preguntan por él, si lo conoció o está vivo, se responde enseguida somos camaradas, como si el tiempo hubiese detenido la vida en ese instante, en esa marcha, en esa guardia, en ese ascenso a una cumbre o en ese naufragio. Algunas veces la guerra permite tener recuerdos gloriosos. Muy pocas veces. Convivir en un asalto, tomar un objetivo, enarbolar banderas, rescatar heridos o prisioneros. Ningún soldado desde que el hombre camina sobre sus dos piernas, es bravo y obediente si no sabe que cuenta con camaradas. Nadie avanza sobre las explosiones y la metralla si no está convencido que, aunque sea un puñado del resto de sus ocasionales compañeros de desdicha, responderá por él en situaciones extremas. Se teme a la muerte, siempre. Pero los guerreros, temen más a ser abandonados, a caer prisioneros, a desangrarse solos en la tierra de nadie. En las peores derrotas, los buenos ejércitos no dejan a sus hombres a su suerte. La más humilde de las patrullas, aguarda siempre que alguien los espere con un mate caliente y una manta seca, al regresar de una misión difícil. Existe el amor por el camarada, más fuerte e inefable que cualquier otro entre seres humanos, sólo superado por el incondicional de las madres.”

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